Por Álvaro Carmona López
Todavía deben tiritar las manos del equipo de bordadores que dirige magistralmente, el artista Manuel Solano. Digo artista, porque otra cosa no me sale. A mí sí que me tirita el alma al ver la majestuosidad del acabado de la obra. Mira que conocía el diseño, que todos habíamos soñado con los trazos de Jesús Zambruno en aquel marco a escala, libre de cualquier ostentación y cargado con el amor del lápiz de quién viste a la reina de los corazones blancos.
Ese manto tiene fundamento. ¡Qué se quiten de la cabeza, aquellos que siempre salen en defensa de lo mismo, que es un gasto innecesario y banal! La Virgen, la Madre, la Reina, necesitaba finiquitar su paso, su estilo…su altar itinerante. Completar las esquinas de la plaza al salir, mientras las velas hacían del viento un nuevo lienzo en el cual retratarse. Abrir las alas del Viernes de Dolores, mientras el terno de soles, era una puerta al nuevo paraíso en el que María acogía las manos de los que se acercaban a verla.
He soñado con verlo de cerca. La distancia me lo impide. Todavía la ilusión con la que me habla Rafael de los Santos de él, me hace conmoverme, me traslada y nos acerca a la plenitud de la pasión concebida en el terciopelo de la gloria.
Detrás de todo este artificio, hay un gran esfuerzo. ¡Qué les voy a contar! Muchas horas dedicadas a la barra de la caseta y a la de la casa-hermandad. Muchas rifas y aportaciones voluntarias -ejemplo de compromiso- de los hermanos y devotos que generosamente han contribuido para poder llevar a cabo este sueño. Muchas peticiones, ideas, cabildos, favores. Una lucha constante para tenerlo durante estos días expuestos en la Casa de los Blancos.
Sin duda, todo pasa por algo. En la proximidad de un nuevo Martes Santo, con la incertidumbre de una situación social cada día más deprimente y determinante, con las pérdidas y las desesperanzas propias del vivir, llega este momento. Aferrémonos a él, unamos nuestras manos a favor de los nuestro, de lo que significa tener sangre blanca.
Que su manto de amor -bendita joya salida de las manos de sus hijos- sea el juramento de lo importante. Ella es el timón de la vida que tenemos y que ansiamos por conseguir, tras el paso por esta tierra que pisamos. Una bendición de la innegable presencia de Dios sobre todas las cosas.
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